Llegamos a Clisson tras un largo viaje y la
entrada de uno de los festivales más importantes de Europa como es el Hellfest
ya preavisaba de lo que nos esperaba en el recinto, con una gran escultura en
forma de guitarra en la rotonda próxima al mismo, y unas grandes letras
metalizadas con el nombre y el logo del festival en el camino hacia él.
Entramos y fueron discurriendo las
fantásticas edificaciones y facilidades que nos habían sido preparadas este
año, con un sinfín de novedades respecto a los pretéritos: dos grandes naves de
metal configuraban el Extreme Market, en
cuyo interior era posible encontrar todo con lo que un metalhead
puede fantasear; un mercadillo que aludió en mi conciencia a Candem, con su
tienda de Dr Marten's oficial (idéntica a la del “rastro” londinense, con su bota gigantesca
fundida con la fachada) y diversos puestos de ropa y accesorios; las impolutas consignas, situadas al lado del
puesto de recarga gratis para teléfonos móviles; el merchandising, que
divídase, por así decirlo, entre el no-oficial de los tendederos situados al
lado del camping, y el oficial, situado en robustos stands de metal
localizados a la derecha de los mainstage (muy revelador, ¿no?). Por
supuesto, casi que sobra hacer una alusión a los bares, los comedores, y la
zona de restauración, donde podías hacerte con toda la comida o bebida que se
te antojara (o que te permitiese el bolsillo) a un precio no demasiado
desconsiderado. Un rótulo grande en el que se leía “H2O” señalaba el lugar en
el que uno podía darse una ducha o rellenar su botella de agua, y al lado se
levantaba una especie de garito aparentemente ambulante en el que estaba
inscrita la sentencia “Hellfest Cult: for members only”, dando a
entender que estaba reservado para la gente que hubiese decidido invertir en
ese extra de comodidad y juerga. Aparte de unos pocos quads que pasaban
zumbando de aquí para allá, de los seguratas en lomos de caballos y de la
indecible cantidad de borrachos que pululaban por doquier, poco más se podría
decir sobre la zona del camping aparte de que era inmensa y de que el número de
baños, ya con el primer oteo de recién llegada, parecía insuficiente (como
efectivamente lo fue). Por lo demás, un servidor estaba ya cansado y se fue a
dormir pensando en la tralla del día siguiente.
Después del desayuno tocaba ver a los
nuestros: Angelus Apatrida actuaban
en el mainstage 2 y no era menester perdérselos. Su directo fue breve
(apenas media hora), y el setlist que desplegaron aunó temas de todos los
discos, desde clásicos como “Give 'Em
War” hasta otros más recientes como el single de su último disco,
“You Are Next”. El público,
como era de esperar, estaba todavía frío, aunque eso no impidió a los de
Albacete dar bastante cera sobre el escenario, con los acostumbrados solos bien
colocados del Davish, los chillidos de Guillermo Izquierdo y la contundencia de
la base rítmica del dúo bajo-batería cumpliendo con su papel. Un directo a la
altura del escenario principal a las once de la mañana, cuando el sol empezaba
a calentar y las gentes comenzaban a salir de la zona de acampada para ver qué
se cocía; aún así, faltó movimiento por parte de los thrashers españoles,
defecto que no contribuyó a mejorar la inactividad del público precisamente.
Justo después, en el Altar (así se
llamaba el escenario predominantemente deathmetalero) les tocaba el turno a Weekend Nachos, un grupo de
powerviolence poco conocido pero fielmente apoyado por los fans, hecho que
quedó obviado por la cálida respuesta que tuvieron en relación con la escasa
gente para la que tocaron. Riffs raspantes y neuróticos mezclados con una
potencia lenta y pesada característica de esa influencia del sludge que se
dejaba captar a pesar del sonido indefinido que este grupo tiene por excelencia
en directo. El baterista, con sus líneas cambiantes y a ratos vertiginosas,
contrastaba en su maestría con la pequeñez de su instrumento, cosa que llamaba
la atención. El cantante contaba con un estilo que recordaría al grindcore a
cualquiera, y su puesta en escena se caracterizó por las típicas “poses de
poder” fusionadas con un aire relajado y un caminar tranquilo, a pesar de los
espectaculares berridos a pleno pulmón que metía a lo largo de los temas. Por
el resto, el estilo fresco y el manejo instrumental me convenció: un grupo
recomendable para aquellos amantes de los géneros aludidos.
Tocaba ahora ir a la carpa del Valley
para ver a Conan, cuyo nombre ya daba
a entender que sería uno de los grupos de doom más duros y pesados del
festival. Quienes no hayan visto a este grupo, indiferente es el hecho de que
sean más o menos afines a la etiqueta del estilo musical bajo el que se
catalogan estos músicos de Liverpool ante la certeza de pasar el concierto
moviendo la cabeza hipnóticamente al son de sus patrones graves y violentos.
Una de las cosas que más me llamó la atención, además del vestuario encapuchado
que llevaban todos los miembros del grupo sin importarles el terrible calor que
empezaba a hacer, fue la disparidad entre la genial simplicidad los riffs
en los que abundaban la cuerda grave al aire, la voz gritada desgarrada y
espontáneamente por el asimismo guitarrista entre los potentes ritmos de
guitarra y bajo, y la maestría con la que el baterista conectaba los compases
del downtempo que lideraba un tema tras otro con sus ingeniosos redobles
de closed roll de ride y splash que utilizaba asiduamente. Realmente un
conciertazo que disfrutaron todos los presentes.
Los siguientes en el programa eran los
franceses Kronos, un grupo de brutal
death metal que no dio tregua a lo largo de todo su directo, manteniendo sin
tapujos su rítmica supersónica. El portador de las baquetas, con el pelo
engominado hacia atrás y esbozando rostros de gran concentración y desgaste
físico, se encargó de la lluvia de blast beats que asoló el Altar
a un tempo vertiginoso desde la primera canción hasta la última, sin escatimar
en cadencias de doble bombo tremolizado, redobles rápidos cual disparos y
complejos polirritmos que enamoraban los oídos. No menos virtuosismo
desprendían los guitarristas y el bajista, cuya dureza de la batería
acompañaban con melodías violentas y frecuentemente armonizadas, y solos
altamente técnicos y plagados de sweep picking y tapping que
fueron ejecutados con la limpieza propia del sonido de estudio. La voz, que
alternaba entre agudos chillidos y guturales de ultratumba, se integraba
perfectamente dentro de la brutalidad de la banda. Tralla sin concesiones, vaya.
Ya era hora de volver al mainstage a
ver qué se cocía: nada menos que los Fueled
By Fire, el grupo que desde 2002 no ha dejado de subir estamentos de
reconocimiento dentro de la nueva ola del thrash que clama por una vuelta a los
clásicos como Slayer y Exodus así como repudia todo lo posser en cuanto
se encarga de infectar a la verdadera escena. Dejando de lado de esta última
perspectiva un tanto polémica que impregna una gran parte de las letras de esta
banda, lo cierto es que, musicalmente, Fueled By Fire han conseguido fusionar
en estos doce años, en una violenta mezcla, tanto la brutalidad y rapidez como
las armonías y melodías características del thrash. Sobre el escenario son
capaces de dar cuenta de esta mezcla a lo old school, con un gran manejo
de los instrumentos proyectado desde los veloces redobles de batería, que poco
tienen que envidiar a los del death metal, hasta los rápidos solos y las
frenéticas contrapúas de los ritmos de guitarra y bajo, todo ello acompañado de
la voz aguda y rasgada tan familiar en este género.
Un rato después se desenvolvían sobre el
mismo escenario Toxic Holocaust,
pertenecientes también a la ola del thrash-revival pero de una manera
diferente, pues todo aquel que les haya escuchado sabe las claras influencias
del punk y del hardcore sobre la música que lleva a cabo este grupo, tangible
en temas como “666” o su
reciente single “Awaken the Serpent”.
Su frontman, guitarrista y cantante Joel Grind conforma una extraño revoltijo
de estilos: un vestuario que recuerda más a la moda del glam metal ochentero,
una voz grave y desgarrada entre blacker y punkie, y un guitarreo que divaga
entre riffs de speed metal y de crossover thrash. Sin duda es este revuelto de
ideas tan conseguido, respaldado por una buena base rítmica de batería y bajo,
el que ha hecho que unos estilos musicales tan clásicos como los que hace
revivir este grupo hayan tenido la respuesta como la que reúne el extenso
público de Toxic Holocaust. El directo, cargado de skank beats y, en una
palabra, de velocidad gratuita, les quedó redondo, sin dejar de lado algún que
otro tema más lento, como su “I Am
Disease”, contribuyendo a matizar un concierto cargado de furia
que finalizó con “Nuke the Cross”, una
de sus canciones más conocidas.
Más tarde, otra vez en el Valley
salían a escena Kadavar, un trío
alemán con un estilo que podrías clasificar como predominantemente stoner,
aunque sin faltar en él elementos del más puro rock setentero a lo Led
Zeppelin. Lo cierto es que las tablas con las que contó este grupo en directo
eran de lo mejor que se pudo ver en todo el Hellfest, y el sonido que
consiguieron sacar de su equipo fue realmente inmejorable: se puede decir con
toda libertad que superaron con creces su sonido de estudio. El batería, por
empezar con alguno, segregaba musicalidad por cada uno de sus poros; bien
porque irradiaba una absoluta desenvoltura rítmica cuando, por ejemplo,
realizaba un patrón binario mientras su cabeza se movía siguiendo una
subdivisión ternaria; bien porque sus breaks estaban insuperablemente
colocados en una precisión y una simplicidad ingeniosamente calculadas. El
guitarrista y vocalista, sumergido en un mar de punteos de pentatónica y
psicodélicas reverberaciones de su aguda voz, se encontraba perfectamente
cubierto por el bajista, el cual más bien parecía una segunda guitarra,
armonizándose y entretejiéndose (y a veces incluso superponiéndose) a los
rasgueos del primero. Valga la osadía, diré que valió la pena perderse a Death
Angel por ver a estos barbudos y melenudos germanos.
Cinco minutos después de Kadavar comenzaba el
show de Rob Zombie en el mainstage,
el cual había sido adornado con paneles y carteles de personajes clásicos de
terror como el monstruo de Frankestein o el conde Drácula. En efecto, Rob
Zombie, cantante, escritor y director de películas de serie b, es conocido por
su obsesión con la temática del gore, el suspense y el horror, y en su directo
en este Hellfest 2014 no faltó una ambientación de esta índole. Huelga decir
que, a pesar de la calidad de sus canciones, Rob Zombie nunca ha sido un buen
cantante para directo en cuanto a la entonación y a la potencia se refiere, y
los años, que no han pasado en balde desde el comienzo de su trayectoria
musical con su grupo White Zombie (del cual tocó “Thunderkiss '65”, tras el cual dio fin al concierto), no han
contribuido precisamente a mejorar este defecto suyo. Esta carencia fue
positivamente saldada con los solos de batería y de guitarra; y es que el hecho
de tener músicos como el famoso John 5 participando en la banda es un gran
punto a favor. De todas maneras, la base musical que acompaña las líneas
vocales y que tan crucial resulta en los temas de Zombie la encontré demasiado
baja de volumen para mi gusto, hasta el punto de que parecía un susurro bajo la
jadeante y desafinada voz de Rob que a duras penas se abría paso por las letras
de temas como “Living Dead Girl”, “Dragula”
o sus recientes “Dead City
Radio and The New Gods of Supertown” o “Teenage Nosferatu Pussy” (parece que últimamente le ha
dado por alargar hasta el infinito los títulos).
En el segundo escenario mainstage
actuaron, pocos minutos después, los legendarios Sepultura. Hay quien dice que sin los fundadores, los hermanos
Cavalera, el grupo no vale un céntimo; cabe afirmar que hay que ser muy purista
(por no decir estrecho de mente) para seguir diciendo lo mismo después de haber
visto una actuación de estos monstruos con la formación actual. De hecho, el
gigante de ébano que es Derrick Green realizó un gran trabajo con sus potentes
gritos, haciendo justicia a los grandes clásicos de la banda como “Propaganda” (antes del cual
realizó un enardecido discurso en contra de los falsos rumores, habladurías y
de “those who talk shit” que transmitió la sensación de estar en un
frente de batalla ante las tropas enemigas), “Refuse/Resist”, “Arise” o “Ratamahatta”, y demostrando ser un frontman a la altura
de un grupo con tantos álbumes a sus espaldas. También hubo lugar en el setlist
para canciones de sus discos más frescos como “Kairos”, de homónimo disco, o “Impending Doom, de su último trabajo titulado The
Mediator Between the Head and the Hands Must Be the Heart. Terminó el
concierto con su archiconocida “Roots
Bloody Root”; dada la reacción que desencadenó entre el público,
atravesado ya de pogos y del polvo que de ellos se elevaba hasta el cielo, no
se yerra al decir que fue la decisión acertada para finiquitar el bolo.
De vuelta al primer escenario del mainstage,
les tocaba coger el relevo a Iron Maiden.
Un grupo como éste, considerado como uno de los pioneros, renombrado hasta la
saciedad y amado por tantísimos fans, tiene un listón muy elevado que
satisfacer para con estos últimos en vistas de su popularidad y su actualidad
(a pesar de sus más de treinta años de trayectoria), y lo llamativo de los de
la doncella de hierro es la facilidad con la que cumplen dichas expectativas.
Para empezar, el vocalista Bruce Dickinson clavó el concierto de un extremo a
otro, exceptuando algún que otro tembleque de voz sin importancia (como en el
agudo de “The Evil Than Men Do”)
o algunas extralimitaciones provocadas, probablemente, por cierto afán de
protagonismo suyo; deficiencias, por lo demás, insignificantes. Destacó también,
además de su conocida teatralidad a la hora de moverse por el escenario, su
sobresaliente dominio del francés, que añadió un extra de carisma y
comunicabilidad al ya exaltadísimo gentío. La ejecución de los temas era
inobjetablemente limpia y el sonido, imponderable. De entre el resto de
músicos, se distinguieron por sus incansables movimientos, el bajista Steve
Harris y el guitarrista más reciente de la banda (aunque no por ello el más
joven) Janick Gers, los cuales solamente con sus aspavientos, piruetas y
malabarismos instrumentales (para los cuales era reconocible una forma física
envidiable para cualquier edad) conformaban todo un espectáculo. Además, el
setlist estuvo repleto de grandes reliquias de la banda como “Moonchild”, con la cual dieron comienzo
al concierto, o “Sanctuary”, de
su primer disco, con la que cerraron el show.
Sin movernos todavía del escenario principal
apareció Slayer sobre el escenario.
He de decir que todavía no había visto un directo de este grupo tras la trágica
muerte de Jeff Hanneman, y confieso que, dejando de lado el drama que supuso
esta pérdida de una insignia del thrash metal como lo era el mencionado músico,
mi persona ardía en ganas de ver, en su lugar, al reputado Gary Holt. Y es que
será cuestión de gustos, pero es que este guitarrista cuenta con una de las
mejores combinaciones de técnica y sentimiento en cuanto a solos y
composiciones de thrash se refiere. En efecto, la musicalidad y virtuosismo de
este hombre corriendo sin esfuerzo, solo tras solo (recordemos que Jeff era el
responsable de casi todos los solos de la banda antes de su fallecimiento),
mezclados con la viciosa locura y disonancias de los cromáticos punteos y
chillidos del célebre Kerry King, fue algo digno de alabar. Ello, unido con un
Tom Araya que se encontraba con sus pulmones en plena forma tras ciertas malas
rachas pasadas con los mismos (clavó el chillido de “Angel of Death” y los gritos cabreados de “Disciple”, por nombrar un par
de ejemplos) y con el hecho de que el nuevo baterista, que sustituye a Dave
Lombardo tras su controvertida partida, realmente le hace justicia, se tradujo
en un conciertazo en toda regla, en el cual, al igual que en Iron Maiden,
predominaron en el setlist los temas más reconocidos de este grupo. Slayer
sigue dado caña, y les queda mucha, siendo por ello justificada todavía su
credencial como uno de los Big Four del thrash metal.
Tocaba otra visita al Valley antes de
dar por terminada la velada; y no era para menos, pues nos quedaba por ver a
los mismísimos Electric Wizard. El
público, que ya de por sí era en esta carpa la masificación del arquetipo
stoner (en otras palabras, del devoto del cannabis), se encontraba dividido
entre aquellos a los que el colocón todavía duraba fuerte y activo, y aquellos
que dormitaban en el césped que circundaba a la carpa. En estas circunstancias
de desfase y desgaste dio comienzo la actuación de este clásico del stoner/doom
de marcada influencia blacksabbathera y cannábica. El concierto constó en tan
solo ocho temas, pero es que estos oscilaron entre los cinco y los veinte
minutos; cabe destacar, de entre otros, su último tema “Funeralopolis”, de su disco más aclamado, Dopethrone, ya
que se distinguió por un sonido más duro y agresivo, dentro de la lentitud y la
psicodelia que imperó a lo largo de todo el directo. Un grupo un tanto difícil
de escuchar a esas horas, debido a su densidad y la ya aludida longitud
compositiva -que hizo a más de uno algo pesado el show-, y al generalizado
cansancio provocado por la intensidad vivida a lo largo de toda el día; por lo
demás, fue una sesión memorable, totalmente indicada para finalizar la jornada.
Texto y fotos: Rafael Aritmendi López
Texto y fotos: Rafael Aritmendi López
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