Muchos estarán de acuerdo en que Skid Row enterró su alma cuando
despidió a Sebastian Bach, independientemente de las razones internas que
desembocaran en ello. De todas maneras yo seguía pensando que era imperdonable
perdérselos, y teniendo en cuenta la decencia del último material que han ido
sacando (yo en particular soy más afín a su trabajo ochentero, pero sí que me
escuché sus temas más frescos para adelantarme al percal que me iba a
encontrar), me encaminé esa mañana al mainstage con una buena
corazonada.
Y realmente no decepcionaron del todo,
gracias a esa pre-escucha, pero sí que es cierto que Johnny Solinger, el
cantante que sustituyó a Bach en 1999, no cumple en directo todo el tinglado
que se monta en el estudio; en especial me faltó más potencia vocal, sobre todo
al llegar a las notas más agudas, en las cuales bien se perdía la voz de tanto
que bajaba el volumen, bien sencillamente no le daba el registro. Sin embargo
me mantengo en mi sentencia inicial: correspondieron, en buena parte, a mis
expectativas. Los clásicos como “Big Guns”,
“18 and Life” o “Youth Gone Wild”
(con la cual terminaron) no sonaron nada mal, y los repartieron
correctamente con otros temas más recientes como “Riot Act”. Además, el bajista Rachel Bolan y los guitarristas
Dave Sabo y Scotti Hill siguen teniendo una frescura y energía realmente
contagiosas, y contribuyeron a dejar claro que Skid Row sigue portando con
dignidad el estandarte del hard rock como uno de los grupos más importantes de
los ochenta en ese género.
Justo al lado, cinco minutos después,
aparecían en el escenario Buckcherry,
una banda que forma parte de esas rarezas modernas que han logrado capturar y
magnificar el espíritu del hard rock de Los Ángeles de los años 80. Su cantante
y frontman, Josh Todd, apareció, para la sorpresa de más de uno,
completamente vestido, con chaqueta de manga larga inclusive; más tarde se fue
desnudando poco a poco hasta que quedó con el torso al aire y totalmente
cubierto de tatuajes, tal y como siempre se presenta este hombre en directo. Su
voz se alzaba fuerte y segura tema tras tema, y su sonido no tuvo nada que
envidiar al de estudio, al igual que el todo el grupo en general. Los solos de
guitarra sonaron limpios y precisos, y la banda en conjunto reventó el
escenario con sus potentes temas, que el público demostró conocer. Canciones
como “Glutonny” (su
último single), “Lit Up”, “All
Night Long” e incluso un cover de “Big Balls” de AC/DC fueron clamados por todos los
espectadores, y el concierto finalizó con el clásico himno a las chicas bonitas
(por decirlo suavemente) “Crazy Bitch”,
el cual Todd introdujo convenientemente con sus característicos coqueteos para
después invitarnos a cantarla con él a pleno pulmón. Sin duda un grupo en el
que se notan las experimentadas tablas con las que cuenta a la hora de ejecutar
los temas en un festival como es el Hellfest (al cual por cierto no es la
primera vez que acuden); seguridad, soltura y mucho buen rollo, como se puede
esperar de un grupo de ese nivel.
Tocaba ir al Valley para ver a los
doom metaleros Witch Mountain. El
doom metal en general conforma una amalgama implacable de ferocidad tenebrosa y
de ambientación funeralesca, teñidas de una rítmica lenta y repetitiva y de una
aplicación de sonoridades graves, malhumoradas y ásperas. Esta descripción,
lejos de habérmela sacado yo de cualquier lado, es con la que uno se queda tras
un directo de estos yanquis, y es que en este estilo Witch Mountain se
encuentran en su propia salsa, añadiendo además ese toque particular y fresco
que les da una vocalista femenina como Uta Plotkin. La zona del público empezaba a estar ya
repleta (teniendo en cuenta que esta carpa no era demasiado grande) y en ella
se vio un ininterrumpido cabeceo simultáneo a través de temas como “Veil of the Forgotten”, “Beekeeper”, “Never
Know” o “Wing of the Lord”.
Una experiencia única para los amantes del género.
Una hora después, en el mismo sitio,
presenciamos a Acid King, un grupo
también estadounidense, también con una cantante femenina al frente, y asimismo
maestro en su clase, en este caso el stoner. Con este grupo uno se enfrenta a
la escucha de riffs atroces y decelerados a lo Black Sabbath, voces
inquietantes y estremecedoras (nota: la vocalista imponía más que cualquier
otro cantante que hubiese visto yo en ese día; su presencia y actitud solas
sobrecogían), una atmósfera alucinógena... y todo ello cimentado por unas bases
coherentes y estructuralmente bien compuestas. Si tuviese que destacar algo de
esta banda, sería sin duda la mezcolanza tan lograda que consiguen llevar a
cabo entre el sludge, el stoner y la psicodelia, cosa que me dejó embobado
mientras les contemplaba. Fueron cincuenta minutos de una música de indudable
calidad, asentada sobre una ejecución sobresaliente.
Pero para ejecución sobresaliente, la que nos
esperaba a continuación. Parece mentira que a estas alturas, en plena mitad del
programa integral del Hellfest, todavía no me hubiese pasado por el Warzone, el
escenario predominantemente hardcoreta; pues bien, había llegado la hora de
plantarse ante él, y es que había una ineludible cita con Protest The Hero. Para quien no les haya escuchado, es de esos
grupos difíciles de catalogar, y que por ello caen bajo la generalización de la
etiqueta de metalcore. Sin embargo, esta banda va más allá estilística y
técnicamente, y combina elementos del metal progresivo con el mathcore y el
metal alternativo, todo ello culminado con una voz realmente bizarra, entre
estridentemente chillada y suavemente melódica. Un ejemplo más de la constante
renovación y autosuperación de los músicos de la nueva generación del metal, y
es que los guitarristas y el bajista corren incesantemente por el mástil en un
torrente de virtuosismo continuamente en exhibición. Curiosamente esto tampoco
les hace aburridos, ya que la agresividad de los aspectos más “core” del grupo
hace que no te pierdas en divagaciones ni por un instante. La única pega que
mencionaría, poniéndonos exquisitos, es la linealidad del baterista, que,
aunque era innegablemente bueno, quizá no estaba a la altura de sus camaradas y
hundía un poco la moción con la que el resto de la formación impactaba
implacablemente en los oídos. Además, la gracia con la que el cantante,
consciente de su escaso dominio del francés (con el que intentaba chapurrear
chistosamente), se comunicaba con el público, es digna de alusión, y a más de
uno le arrancó una carcajada de la boca. Vamos, que fue un directazo del que
dudo que alguien no saliera contento.
El testigo del programa del Hellfest fue
devuelto a la carpa del Valley, nos dispusimos a ver el rock, aderezado
con stoner, blues y funk, de los americanos Clutch. Comenzaron con “The
Mob Goes Wild” y siguieron con “Earth
Rocker”, el single de su último álbum, el cual vio la luz el año
pasado y que contó con la primacía de canciones del setlist en este concierto,
con temas como “The Face”, “Crucial Velocity”
o “D.C. Sound Attack!”. En
este último tema de aire tan sureño, el cantante (y a ratos también
guitarrista) Neil Fallon se sumó a la línea de percusión golpeando un cencerro
con una baqueta, y en un parón de guitarras que hubo en la mitad del tema se
quedaron sonando él y el baterista Jean-Paul Gaster, manteniendo un ritmo al
son del cual parecía imposible no menear la cabeza. “Electric Worry” fue, sin dudarlo, la canción que más reacción
desató en el público, el cual ya se encontraba en un estado extático, y la
letra fue coreada por casi todos los presentes. El sonido fue
irreprochablemente bueno, y cada instrumento se distinguía satisfactoriamente
tanto atendiéndolo como separado de los demás, como en conjunto. “The Wolf Man Kindly Requests...”, tema
también sacado de su último trabajo Earth Rocker y posiblemente una de las más cañeras de Clutch, dio el golpe
de gracia al concierto.
Unos setenta minutos después le tocaba el
turno a Monster Magnet, uno de los
grupos más influyentes y alabados en el género del stoner y del space rock. Sus
componentes entraron a escena con el cantante (y, al igual que Neil Fallon, a
veces también guitarrista, pero en esta ocasión por motivos prácticamente
estéticos) y líder Dave Wyndorf al frente, y el público rugió en respuesta a
todos los años de momentos psicodélicos que estos musicazos de New Jersey han
proporcionado a lo largo de una carrera que se remonta al año 89. El concierto
comenzó con “Superjudge”, sacado
de su segundo y homónimo trabajo; en general hay que decir que el concierto
estuvo plagado de sus temas más clásicos y conocidos, y que, aparte del single
de su último álbum The Last Patrol, de idéntico nombre, no recuerdo que
tocasen ningún otro tema que hubiesen sacado a la luz recientemente. La voz de
Wyndorf rebosaba de efectos de eco, lo que contribuyó indeciblemente a esa
atmósfera de desfase psíquico en la que podemos considerarle experto. Por otra
parte, su figura se veía ya desgastada por los años, y, aparte de las arrugas
asentadas en su rostro, eran notables esos kilos de más que se dejaban acusar
debajo de la chupa de cuero negra de solapas que vestía. Siguieron cayendo
perlitas de los dos primeros discos, como “Medicine”, “Nod Scene” o “Twin
Earth”, y dejaron para el final sus dos reliquias más famosas, “Powertrip” y “Spacelord”, en ese orden. Todo un subidón para los sentidos.
Llegaba el momento de que nos sacudiera una
lluvia de tempos desorbitados como si de una de las siete plagas advertidas por
Moisés se tratase. En efecto, Nile
eran los siguientes en el programa; el grupo, si no el más agresivo de todo el
festival, sin duda era el más rápido. Comenzaron con “Sacrifice Unto Sebek”, seguramente por la intro lenta y potente
que tiene, aunque el baterista George Kollias no tardó mucho en demostrar que
es uno de los fenómenos con más técnica y precisión cuando hablamos de death
metal, y la velocidad de sus blast beats y redobles se disparó poco después del
inicio del directo, manteniéndose por todo lo alto a lo largo de todo el
setlist, prácticamente sin ninguna concesión. A ambos lados del escenario, Karl
Sanders y Dallas Toler-Wade empuñaban sus guitarras a la par que emitían
profundos guturales. Los riffs y las letras de este grupo, como bien es sabido,
se encuentran altamente influenciados por los conocimientos en egiptología de
Sanders, dando lugar a ese sonido tan característico de esta banda de death
metal técnico. El setlist fue coherente y articulado, y, alternadas con temas
tan clásicos como “Defiling the Gates
of Ishtar”, “The Blessed Dead”, “The Howling of the Jinn” o “Black Seeds of Vengeance” (con esta
última finalizaron el concierto) pudimos escuchar dos joyas de su último
trabajo, “At the Gates of Sethu:
Enduring the Eternal Molestation of Flame”
y “The Inevitable Degradation of Flesh”.
Finalizaba ya la jornada, pero habría
resultado imperdonable no haberse pasado antes por el Valley, una vez
más, para presenciar la actuación de uno de los grupos del ex-cantante de
Pantera: Phil Anselmo & The Illegals.
Ya desde el principio, con la ejecución de un cover de la canción “Hellbound” de Pantera, se podía
augurar el hecho de que el concierto iba a tratarse más de una enumeración de
versiones del resto de grupos del vocalista en cuestión, que de un show
legítimo de esta banda de “sludge caótico”. Y, en efecto, Anselmo, que iba
borracho como una cuba (cosa que no tuvo problema en demostrar con sus
numerosas y confusas digresiones, como aquella en la cual culpó a la
organización del festival por hacerle actuar a medianoche y haberle obligado,
así, a cantar tan embriagado por el alcohol como estaba), junto con los
“ilegales” que le acompañaban, tocaron más temas versionados que canciones
propias, de las cuales pude reconocer “Betrayed”,
“Bedridden” y “Walk Through
Exits Only”. Eso sí, la calidad musical de estos músicos fue
incuestionable, cosa que quedó más que patente en la larga lista de canciones
que tocaron, tanto tratándose de temas
propios como de versiones de Pantera (además de la ya citada al
principio, “Domination”, “Hollow” y
“A New Level” -con la cual,
tras unas emotivas palabras de despedida de Anselmo, finiquitaron el show), de
Superjoint Ritual (“Fuck Your Enemy” y
“Waiting for the Turning Point)
y hasta de Agnostic Front (“United
& Strong”).
Texto y fotos: Rafael Aritmendi López
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