El pasado 4 de abril,
sábado, se llevó a cabo la tercera edición del Madrid Stoner Fest, organizado
por Desert Sons y Peyote Producciones, a cuyos eventos he tenido el placer de
ir en varias ocasiones y he salido siempre satisfecho. Por primera vez en este
festival (y, en general, en mi experiencia en festivales) se repartían las
actuaciones de los numerosos grupos entre dos salas, que se encontraban en la
misma calle (San Vicente Ferrer, Malasaña), a escasa distancia entre sí; los
primeros cuatro grupos actuaron en la sala Maravillas, y los cuatro restantes,
en la sala Taboo. En esta ocasión, contábamos con no pocos grupos
internacionales, como los Grindhouse, de Brighton, los australianos Don
Fernando, los ucranianos Stoned Jesus, y los cabezas de cartel My Sleeping
Karma, traídos de Alemania.
Los primeros fueron Grindhouse, un grupo que con un sonido predominantemente rockn’rollesco, con marcadas influencias de punk (alcanzando el hardcore en ciertas ocasiones, y de hecho ellos mismo se catalogan dentro de ese estilo en su facebook) y, cómo no, del stoner. Los temas eran muy cañeros, seguramente con los más rápidos y alocados del festival. Moló el contraste entre los dos miembros que no llevaban camiseta: uno, el rollizo cantante y guitarrista (el pinzao del bajista le tocó las tetas varias veces mientras tocaba), y el otro, baterista fibroso con gorra de marinero. Un grupo muy simpático que consiguió sacar una buena ristra de carcajadas al público, en el buen sentido.
Los primeros fueron Grindhouse, un grupo que con un sonido predominantemente rockn’rollesco, con marcadas influencias de punk (alcanzando el hardcore en ciertas ocasiones, y de hecho ellos mismo se catalogan dentro de ese estilo en su facebook) y, cómo no, del stoner. Los temas eran muy cañeros, seguramente con los más rápidos y alocados del festival. Moló el contraste entre los dos miembros que no llevaban camiseta: uno, el rollizo cantante y guitarrista (el pinzao del bajista le tocó las tetas varias veces mientras tocaba), y el otro, baterista fibroso con gorra de marinero. Un grupo muy simpático que consiguió sacar una buena ristra de carcajadas al público, en el buen sentido.
Les siguieron Taser, un
grupo que ya había visto el año pasado cuando telonearon a Horn of the Rhino.
Les recordaba buenos, pero como en ese evento que fue The Night Of The Beast no
tuvieron un sonido definido, me quedé con ganas de repetir. Y lo cierto es que
en esta sala sonaron claras y precisas las melodías que anteriormente no había
podido apreciar, lo que, en un grupo con una mezcla de Stoner y Mathcore como
es Taser, fue muy de agradecer. Lo que más llama la atención, sin duda, es la
manera en la que estructuran las canciones, con riffs que pasan de un rollo más
desértico y sureño a un break que bien pudiera recordar a numerosos estilos
acabados en –core. Se desataron unos
cuantos pogos, incluso un wall of death
en el que el propio cantante participó.
A continuación les tocó
actuar a Domo, uno de los grupos que más se acercaría al estilo de My Sleeping
Karma en toda la noche. Las sincronizadas melodías de las dos guitarras se
encargaron de construir una atmósfera espacial, con solos y punteos cuyas notas
parecían querer sugerir algo más allá de los esquemas a los que acostumbramos
al oído, todo ello sobre la suave y ondeante base que proporcionaba el bajo. El
baterista alternaba el uso de baquetas convencionales con el de mazas de
percusión, las cuales ayudaban a respetar aquellas momentos más suaves y
psicodélicos que surcaba la música de este grupo. Por supuesto, no faltaron
tampoco riffs contundentes y poderoso, en esta banda de stoner/psychedelic rock.
Los jerezanos The Shooters
fueron los cuartos y últimos en tocar en la Maravillas. Sus riffs, cercanos a
un stoner de palo más sureño, eran enérgicos y vigorosos, y, sobre su
contundencia, sobrevolaba la voz del cantante, una de las mejores de la noche,
melódica pero viril, que encajaba perfectamente con el estilo de la banda. Por
otra parte, recuerdo que la música de este grupo evocaba estrechamente a la de
otros, concretamente a la de Sasquatch, grupo al que me sonaron muy parecidos
(no podría decirse, efectivamente, que fueran los más originales de la noche).
Lamenté especialmente un patinazo que tuvo el guitarrista, el cual, después de
una atmósfera de ‘calma antes de la tormenta’ que había estado construyendo el
grupo durante cosa de un minuto, tuvo un problema con la guitarra y, cuando se debía
de quedar sola tocando lo que iba a ser la ruptura hacia una parte bestia del
tema, se le fue el sonido. Una pena. Por lo demás, este grupo me rentó mucho.
Tocaba cambiarse de sala, a la Taboo, donde abrieron Arenna, un grupo de stoner/rock psicodélico cojonudo. El baterista fue uno de los pocos que hasta el momento plasmó ideas más atrevidas en la batería, con algún redoble que de cuando en cuando se encargaba de partir el estable tempo de las canciones, sin por ello alejarse de la regularidad que comporta este estilo musical en la esquematización de la base rítmica. El cantante, por su parte, también me llamó la atención, primero por su planta, con sus movimientos fluctuantes y el pelo tapándole toda la cara, y luego por su voz, que recorría unas melodías que armonizaban tremendamente bien con las cadencias de las guitarras. Fue un gran concierto para los de Vitoria Gasteiz, que serían los últimos españoles en tocar en este evento repleto de buenos músicos.
Entraron Don Fernando en
escena, un grupo de Melbourne, Australia, del cual algo había escuchado
recientemente y me había quedado prendado de su potencia. Porque de eso se
trata este grupo, de repartir caña allá donde van, con un baterista de
poderosísima pegada, unos riffacos cargados de fuerza y vigor, y una voz entre
melódica y rasgada de no menor empuje. Los pogos fueron inevitables, y el
público danzaba de un lado a otro chocando entre sí al son de la contundente
energía que desprendía este grupo venido desde el otro extremo del planeta.
Los penúltimos en tocar
fueron Stoned Jesus, de Ucrania, un grupo que en este festival rivalizaba con
My Sleeping Karma en cuanto a seguidores se refiere. Y no es de extrañar, pues
las composiciones de esta agrupación, que entrarían dentro de lo que es el stoner/metal,
no se quedaron atrás con respecto al brío con el que había ejecutado su
actuación el grupo que les había precedido inmediatamente. Con sus riffs, generalmente
pesados y potentes, cercanos al sludge, movilizaron a un público que, por su
parte, empezaba a estar cansado, pero que aun así no dejaba de empujarse y
hacer headbanging. Representaron la
última muestra de agresividad del festi, dejando paso, a continuación, a la
última etapa, más delicada, de la velada.
Y así quedaba el ambiente en
el que cogieron el testigo My Sleeping Karma. Le tocaba el turno a la (instru) mentalidad
suave y armoniosa, en contraste con los dos grupos anteriores, sensación que se
acentúa en este grupo alemán debido a su temática relacionada con la teología
hindú y budista. Cualquiera que haya escuchado en este grupo tiene la sensación
de que su música fluye como el agua, sin discontinuidades, sin fragmentaciones
ni rupturas, con la adecuación de cada melodía a su tempo inmanente, con la
sucesión de acordes armonizados entre sí. En este grupo, curiosamente, los que
ejercen el mayor protagonismo (al menos desde mi perspectiva, tanto escénica
como sonora) son el bajo y la batería, además de ser los que más fluctuaciones
presentan en el estructurado recorrido de las canciones, especialmente el bajo,
que en ocasiones parecía que se estaba haciendo un solo ininterrumpido a lo
largo de todo el tema. La guitarra se reduce a unos escasos riffs que se
repiten a lo largo de toda una canción, y en cuyas notas se apoyan las del
teclado; este par, sin duda, es el que más contribuía a la creación de esa
parte más psicodélica y esotérica de la atmósfera que crea este grupo cuando
toca. Toda una experiencia.
Texto: Rafael Aritmendi López
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